jueves, 30 de abril de 2009

Vivir en el pueblo



Desde que era pequeña soñaba con vivir en el pueblo, tendría yo trece o catorce años, era en el pueblo de mi madre, concretamente en la casa de mis abuelos, de nada me sirvieron lloros y pataletas, tuvieron que pasar muchos años para llegar a cumplir mi sueño, que aunque no era la casa de mis abuelos, era un pueblo.
Fue, como no, cuando conocí a Laura, y después de un año, ella en Burgos y yo en Gijón, decidimos irnos a vivir juntas.
Yo, sinceramente, casi no había salido de Asturias, fue entonces cuando empecé a descubrir el mundo fuera de las fronteras asturianas.
Ella pidió destino en un pueblín de León, iba y venia todos los días desde Gijón. El primer día que fui con ella, me pareció terrible el camino que se hacia todos los días, y ese mismo día estuvimos viendo dos casas que se alquilaban en el pueblo de al lado.
No me lo podía creer, ¡íbamos a vivir en un pueblo! Con la disculpa de que estaba preparándome unas oposiciones, en el pueblo estaría genial para estudiar. Las casas que nos ofrecieron eran: una, la típica casa de pueblo, con cocina de leña y carbón, lo cual a mi me encantaba, con escañu en la cocina, muy coqueta puesta, pero… con poca luz exterior; y la otra, en el edificio que antiguamente habían sido las escuelas del pueblo, ya sabéis, una clase para las niñas, otra para los niños, y encima una vivienda pal maestru y la otra pa la maestra, la típica de los pueblos, estaba totalmente restaurada, con mas luz que la otra pero sin calefacción, esa llegaría mas tarde. Tener en cuenta que el pueblo en cuestión esta en la montaña de León, a 1300m de altitud, con el tiempo nos enteramos, que las pocas personas que vivían en el pueblo (nosotras hacíamos el numero 18), habían hecho una porra, la mayoría apostaba que no duraríamos en el pueblo mas de un invierno, así que imaginaros como eran los inviernos, decir crudos es poco. Pero nosotras para delante, a finales de agosto empezamos a instalarnos, el primer día, llegamos de Gijón por la mañana, deje a Laura en el trabajo y me fui sola a los que iba a ser nuestro nuevo hogar, para ir dejando cosas que traíamos en el coche; casi me muero para ser el primer día, imaginaros, finales de agosto y 5ºC marcaba el termómetro, yo pensaba: si esta temperatura la tenemos en agosto ¿Cómo será en diciembre? MORIMOS DE FRÍO!!!!! Donde nos habíamos metido. Nada, fue el susto del momento, por la tarde aparecieron radiadores de todas las casas del pueblo, la casa hacia mucho que no estaba habitada, y realmente había esa temperatura, pero parecía menos porque la casa tenia muy pocos muebles, y estaba un poco desangelada, ya nos encargaríamos nosotras de llenarla de muebles y hacerla parecer un hogar, nuestro primer hogar.
Fue pasando el tiempo, y no tardo mucho en caer la primera nevada, reconozco que me encantaba la nieve, pero yo solo conocía la nieve de ir un día a la semana, de vez en cuando, a esquiar; que diferente la veo ahora, me sigue gustando, pero de pocos en pocos, cuando la vives tan directamente que, te condiciona toda la vida, se ve diferente. Ese primer invierno dependíamos de los vecinos para ir a trabajar, porque con nuestro coche no nos podíamos mover, pero nos lo pasábamos genial por las tardes, es lo bueno que tiene la nieve, que como no puedes moverte del pueblo, las juergas las hacíamos sin salir de casa, así que, empezamos a poner por costumbre lo que allí hacían antiguamente y que casi se había perdido, hacíamos el “calecho” (juntarse en una casa, por la tarde, antes de la cena, alrededor de el llar a contar historias), nosotras, que nos gusta integrarnos con la gente y nos adaptamos a las costumbres con facilidad, nos lo tomamos al pie de la letra, y en vez de juntarnos alrededor del llar, lo hacíamos alrededor de una mesa, con tan buena suerte que, a nuestras vecinas, ahora grandes amigas, les encantaba hacer repostería, y la hacían de chuparse los dedos, así que, la época de nieves, era cuando más unidas estábamos y más nos veíamos, había semanas que nos faltaban días para ir a merendar a cada casa. Por el verano era otra historia, había mucha mas gente en el pueblo, había que atender el ganado, las huertas y era diferente, lo divertido era el invierno, tenia su encanto y nos reíamos mucho.
El primer invierno pasó, y no pudo con nosotras, eso si, compramos un todo terreno pequeñín para poder chospar en la nieve con él en el siguiente invierno.
Paso ese invierno, y alguno más, yo deje las oposiciones, trabajaba por temporadas en el Ayuntamiento como operaria, empecé a ir a clases de talla de madera, las cuales dieron muy buenos frutos, porque ahora soy yo la que las imparto, empecé a trabajar en el banco. Y hace algo más de un año, el banco me ofreció mi propio despacho, en el cual me encuentro ahora, a unos cuantos kilómetros de Montrondo, fue entonces cuando decidimos comprar la finca donde ahora vivimos y nos estamos haciendo la casa.
Dejamos Montrondo, hace por estos días un año, no penséis que es fácil dejar cinco años de tu vida atrás, no lo es, aunque realmente no lo dejamos, algo de nosotras quedo allí y algo de allí nos trajimos con nosotras. Seguimos estando, por lo menos una vez a la semana seguimos siendo de Montrondo, yo sigo impartiendo las clases de talla en mi taller, la que era el aula de los niños en la antigua escuela, y ese día le aprovechamos para hacer los “calechos” y reírnos un rato con todas nuestras amigas, las que después de cinco años compartiendo muchas cosas, son de las que, por muy lejos que estemos siempre están ahí. A ellas les dedico este post, por haber hecho que nos sintiéramos tan bien durante cinco años de convivencia y después de tanto tiempo nos reciban y nos traten como a reinas.
Hoy por hoy, seguimos viviendo en un pueblo, no tan metido en la montaña, pero pueblo, creo que lo pasaría muy mal si tuviera que ir a vivir a la ciudad.

2 comentarios:

  1. jajaj que bien¡¡¡
    yo vivo en Gijón y creo que me moriría si tuviera que volver a vivir en un pueblo.... no puedo con la rutina, con ese "tengo que hacer esto porque es lo único que se puede hacer" que hay en los pueblos, me encanta el anonimato de vivir en una ciudad (aunque sea pequeña como Gijón) el poder ir a tomar un café sola a una cafetería y que nadie te pregunte si "estás esperando a alguien", tener que dar explicaciones, sentirte observada...creo que hay que saber disfrutar del vivir en un pueblo y yo no sé... pero me alegro por vosotras, que esteis a gusto con cómo vivís¡¡¡¡
    saludos panchas¡¡¡¡

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  2. Pues yo creo que me encantaría vivir fuera de Gijón, que sí, que es una ciudad pequeña, pero yo necesito verde a mi alrededor.

    Lo ideal... Deva (mira que soy chula) cerca de la ciudad para poder ir al cine pero lo suficientemente lejos para no agobiarme con los coches, los humos y la gente.

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